Instinto maternal

La vida se abrió camino en la Tierra hace 3.500 millones de años, y desde entonces, su fin ha sido la autoperpetuación. No sabemos qué primitivos mecanismos la desencadenaron, pero la selección natural la diversificó dando lugar a millones de especies. Cada una, desarrolló sus propias estrategias para la formación de nuevos individuos a partir de otros, un proceso al que llamamos reproducción.
La evolución devino en dos tipos de reproducción: la asexual que solo necesita de un progenitor y la sexual que requiere de dos. Ambas estrategias son buenas en función de las circunstancias medioambientales, si bien entre los organismos más complejos, la más frecuente es la reproducción sexual, que es la que utiliza la especie humana.
En la reproducción sexual, cada progenitor contribuye con un gameto o célula sexual, que contiene la mitad de la cantidad de ADN que conformará cada célula del nuevo embrión. En los machos, los gametos son los espermatozoides y en las hembras los gametos son los óvulos.

«Macho» y «hembra» son dos palabras, cuyas definiciones, describen respectivamente la condición orgánica —fisiología y funciones— de cada tipo de cuerpo en cada especie, animal o vegetal, necesarios para poder procrear.

Son palabras que definen una realidad material, una realidad biológica, y que en el caso de la especie humana, se las nombró específicamente como: «hombre» para definir el macho de la especie y «mujer» para la hembra. Palabras que existen en todas las lenguas del planeta.
Como, de igual forma, cada individuo de cualquier parte del mundo es capaz de saber, a simple vista, si un cuerpo pertenece a su propia especie y si es del tipo macho o del tipo hembra. Incluso, los animales son capaces de hacerlo, está en sus genes como en los nuestros, puesto que de ello depende la supervivencia de las especies sexuadas.
La evolución, no solo dio origen a distintos procesos de reproducción sofisticados, sino que, en muchas especies animales complejas, imprimió el instinto de ejecutar diversas estrategias avanzadas para la protección de sus descendientes que, con frecuencia, implican la participación de ambos progenitores.
La evolución del aprovisionamiento parental permite, en algunas especies, que el desarrollo de las crías se pueda completar durante esta etapa de cuidado más allá del nacimiento.
Entre las especies más cercanas evolutivamente al ser humano, esta estrategia permite mayor crecimiento cerebral y, por ende, mayor capacidad cognitiva. También lleva aparejada mayor dedicación de los progenitores y, consecuentemente, menos oportunidades reproductivas para éstos, por lo que el cuidado de las escasas crías, es una parte fundamental de la existencia de los progenitores para dar continuidad a la especie.

En las madres de mamíferos la inversión energética y en tiempo necesarias para la gestación y la lactancia es tan costosa, que la evolución tuvo que dotar a la hembra de algo más que el instinto: el apego.

Mamá gorila acurruca a su bebé sol marrón

En los seres humanos, dónde la capacidad cognitiva ha dado lugar a culturas complejas, el apego se convierte en amor incondicional, aunque estoy convencida de que no es algo exclusivo de la especie humana.

Salvo raras excepciones, como en todo, la mujer madre guiada por el amor y el instinto innato de protección da, literalmente, lo mejor de sí misma para sus hijos.

Un valor que nadie cuestionaba hasta hace bien poco, pero que parece necesario visibilizar, dada la involución social a la que asistimos para crear un nuevo paradigma, dónde una minoría se ha arrogado el derecho a:

decidir por nuestros hijos.

inculcarles creencias inmateriales.

dotarles de una nueva fe.

enviarlos a una vida de sufrimiento infringido médicamente

Parece que es necesario, que las madres levantemos la voz ante esta ignominia de destrucción de niños y jóvenes auspiciadas por intereses económicos, ideológicos y políticos.

A los políticos que les hacen el juego a diversos intereses:

Las madres protegemos y amamos a nuestros hijos, está en nuestros genes y en nuestro instinto animal.
Las madres no dañamos a nuestros hijos por decirles verdades, ni por intentar que sean ayudados para superar sus crisis emocionales, ni por intentar que no tomen decisiones para las que no están preparados.
Las madres no somos enemigas de nuestros hijos, ni de nadie en principio. Pero ustedes nos han convertido en su objetivo a abatir, precisamente porque conocen bien nuestra obligación innata de protección. Simplemente les estorbamos para sus planes.

A la sociedad en general:

Aceptar el juego político y creer en su nueva religión del género es buenismo, pero no te hace mejor persona.
Seguir acríticamente la cultura Queer, sin pensar en las consecuencias, podría acabar salpicándote. Tal como vamos, los críos afectados pronto serán legión.
Dedicado a la tutora Laura, a la psicóloga Maribel y a mi tercer hermano, porque cada uno de ellos ninguneó mi papel de madre.
Aunque mi hermano acabó por disculparse a regañadientes sigo sin confiar en él, muy a pesar, de que no puedo evitar quererle.

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