El primer libro con sentido al que accedí en diciembre del 2021, después de cinco años de oscuridad trans, fue Un Daño Irreversible. Inmediatamente después leí Detrans, Desist & Detox. Hacía muchos años que no leía un libro entero en inglés, pero la ocasión merecía el esfuerzo.
Tener respuestas para una situación inverosímil y devastadora para la salud de mi hija me dio combustible para funcionar, hasta entonces estaba muerta en vida. Creí haber tocado fondo, pero seguí bajando a los infiernos con cada dato, al ir comprendiendo como la sociedad indolente permitía hacer a los ideólogos y se dejaba amansar la razón. Las madres y padres estábamos solos y, al otro lado de la ley, para cumplir el dictado de nuestros genes: proteger la descendencia. Todo era impotencia.
Probablemente, para hacerme creer a mí misma que podía hacer algo, decidí iniciar el proyecto de mi vida, y le puse nombre: Proyecto Kala.
¿Por qué Kala?
Una tarde de aburrimiento estival cuando salía de mi niñez, mi buena tía abuela Mercedes me encaminó con entusiasmo hacia una sección de la vieja biblioteca municipal. Encontré lo que buscaba en un estante a ras del suelo, dónde un puñado de libros cuajados de humedad, de tapas oscuras y páginas teñidas por el tiempo, parecían yacer olvidados. Los mismos que ella usó en su juventud: Tarzán de los monos.
Tarzán pasó a convertirse en mi héroe y siguió siéndolo durante más años de los que, tal vez, debió durar aquel embelesamiento adolescente, pero esa es otra historia.
En aquel tiempo, los detalles de la vida de mi ídolo eran desconocidos para el gran público hasta que Disney lo sacó a la luz cuando yo ya tenía hijas en el mundo. Ahora, habrá muchos que conozcan a Kala, pero entonces yo era una rara eminencia en ese mundo de la selva dónde las aventuras me hacían vivir afuera de la vida.
Kala, la madre salvaje y amorosa que sacó adelante a Tarzán contra todo pronóstico, luchando contra propios y ajenos para proteger a su hijo humano, es la mejor forma que encuentro para definir el papel de madre que me ha tocado. Ahora yo soy Kala.
La caja
Tanta información basada en la evidencia y tantos datos contrastables me estallaban entre las manos. Tenía que encontrar la manera de que le llegaran a mi pequeña, pero no era el momento a pesar de que ya iba camino de los veinte. Estaba radicalizada y era excepcionalmente inmadura en muchos aspectos. Temía regresar al enfrentamiento, y parecía más conveniente seguir alimentando el vínculo que amagaba con regresar.
No podía dejar mi objetivo al azar. Tenía que asegurarme de que la información le llegara en caso de que yo no pudiera entregársela. En aquellos días no daba un duro por mi vida y por eso nació el proyecto Kala.
Y así, compré una caja dorada para guardar mi regalo de amor en formato libro. En ella coloqué el mío, Sin Derecho a Opinar, y los dos leídos hasta ese momento.
Añadí una carta con mis conclusiones acerca del cómo y el por qué todo estaba confabulado para que ella se pasara al lado oscuro. Y luego, entregué copias a dos personas de mi confianza encomendándoles que si fuera necesario se la entregasen a mi niña. Después pude descansar, un poco.
El blog
La caja se quedó pequeña enseguida y compré una más grande, pero también se llenó. Demasiados papeles impresos, demasiados libros ¿No le echarían para atrás semejante montón de papeles? ¿Sería capaz de bucear para extraer lo esencial?
Un blog le presentaría la información en su medio natural de Internet, me ayudaría a estructurarla y, además, el recurso del hiperenlace enriquecería el mensaje. Por otro lado, mantener la mente ocupada sería sano, y escribir me resulta terapéutico.
Sólo me quedaba aprender, y lo hice.