A lo largo de estos últimos años, he estado concentrada en contar la historia de la transformación repentina de mi hija menor, de mujer a una caricatura absurda de hombre. Lo he intentado hacer de la manera más aséptica posible, juntando las pequeñas historias cotidianas para relatar el periplo más oscuro de nuestras vidas.
Una historia que se nos fue de las manos cuando la ideología de género, que campa a sus anchas por las redes sociales, anidó en el corazón de mi hija pequeña. No fue mi objetivo contar mi dolor, simplemente fue inevitable dejarlo salir.
Hubo muchas razones para el sufrimiento, pero hoy quiero centrarme en la contribución de cuantos me rodeaban. No pude digerir que un problema, de extrema gravedad para la salud de mi hija, fuera aplaudido por aquellos que debían acompañarme para lograr lo mejor de ella. Esas posturas incomprensibles me devastaron.
Me estoy refiriendo en primer lugar a sus profesores, después a la psicóloga especialista en género que la trató, también algunos familiares, amigos y al mundo en general, que de pronto lo descubrí loco, impulsando la medicalización peligrosa y la amputación de partes sanas de los cuerpos de niñas adolescentes como mi hija.
Todos miraban de cerca: unos empujándola hacia la locura transitoria de una adolescente con graves problemas de relación social, que empoderada por esa tribu de Tumblr y Youtube, había elegido romperse toda, e ingresar en el barco de los elegidos para ser vista. Otros callaban condescendientes ante mí, perdonándome la vida. Salvo raras excepciones, nadie se fijó en mi dolor y si lo hizo fue para instarme a tragármelo en silencio.
La psicóloga afirmativa
Rota, busqué el auto consuelo en la escritura bendita. El único instrumento que fue capaz de sostenerme para seguir viviendo. Recuerdo que el primer impulso para juntar palabras a modo de diario llegó por la necesidad de venganza contra la psicóloga afirmadora del género.
Una venganza que, aunque ya ha perdido el sentido, sigue impulsándome a despreciarla con todas mis fuerzas por los años de horror que decidió no mitigarle a mi hija, sino todo lo contrario.
Su negocio jugoso sigue creciendo a tenor de la información extraída de su web, a medida que la ideología captura, a más y más, adolescentes. No en vano, parece prestar una atención específica bajo el epígrafe Psicología Afirmativa LGTBI, que detallada abarca, entre otras cosas, lo siguiente:
Por supuesto que la atención psicológica es importantísima para estas jóvenes, con dificultades diversas, que encuentran su autodiagnóstico en Internet. Claro que necesitan guía para descubrir la causa profunda de una manifestación repentina, que consiste en negar lo que han sido siempre y reconstruir su relato de vida, ignorando las evidencias que presenten los padres.
La directora de este “Centro líder en Sexología y Psicología en Sevilla”, como se autodenominan, sabe porque le presupongo el conocimiento de su profesión, que es necesario llegar a la raíz del problema verdadero, como así me lo reconoció ella misma.
Como madre y como ser humano con una capacidad cognitiva probada, sé que estas criaturas, con derivas demasiado iguales a las de mi niña, necesitan acompañamiento psicológico, pero del bueno.
Del que llega a la raíz, el que revincula lazos, el que no tiene intereses propios, el que aparta el sectarismo ideológico del género, en definitiva, el que persigue sanar la mente.
En ese “centro líder” encontramos todo lo contrario, la traición:
- Por el engaño de la psicóloga afirmativa, que mientras empujaba a mi hija menor hacia el camino acelerado de la transición, a sus padres nos mantenía confiados en que solo estaba trabajando su autoestima, su auto concepto, su autoimagen.
- Por la manipulación semanal preparándola para enfrentarla a sus padres, desgastando conscientemente a toda la familia, y llevando a la niña a un conflicto existencial de consecuencias emocionales terribles.
- Por el desprecio de las pruebas aportadas, sacadas de Internet, del medio tóxico en el que se movía la niña.
- Porque nos ocultó lo peor: la depresión, los cortes, la alimentación.
- Por el chantaje emocional que nos hacía para mantener el control sin nuestra cercanía en el proceso terapéutico.
- Por manipular a nuestra familia rompiendo emocionalmente también a su hermana mayor programándola contra la familia.
Hasta que la evidencia la descubrió sin paliativos, a pesar del shock que nos mantenía paralizados. A los diecinueve meses de terapia todo se destapó.
Mi tendencia a sobre analizarlo todo sigue dándome que pensar:
- ¿Intentó la terapia pero al no contar con la capacidad profesional suficiente, decidió justificarse con la obligación de tener que cumplir la ley?
- ¿Le interesaba, por encima de todo, mantener e incrementar su reputación en el mundillo creciente de lo trans para hacer crecer su negocio?
- ¿Es en el fondo una creyente de la ideología disfrazada de ciencia en su papel de directora de un master universitario?
La tutora
Una persona demasiado joven tal vez, para hacerse cargo de una tutoría por primera vez en su vida, precisamente la del último curso de la ESO, una etapa especialmente compleja.
La juventud y la inexperiencia no deberían ser barrera, pero a esta tutora le faltaba algo fundamental para tratar con jóvenes de hormonas en ebullición, cuerpos transformándose y estados de ánimos cambiantes. Le faltaba prudencia y le sobraba soberbia.
Puede que ella misma siguiera estando en las últimas fases de su propia adolescencia, que su cerebro aún no estuviera preparado para evaluar los riesgos. O puede, y me inclino más por esta opción, que simplemente era una persona ideologizada, hasta el punto de ver como natural, lo que debía ser evaluado en otras instancias. Tanto, como para saltarse el protocolo establecido para casos como el de mi hija.
Sea como fuere, la tutora intervino dañando gravemente el proceso de acompañamiento psicológico que estaba llevando mi hija con su psicóloga de toda la vida. Tomó unilateralmente decisiones vitales sin pestañear, sin hablar con los padres ni con la psicóloga, ni siquiera con la pedagoga del colegio que conocía gran parte de la trayectoria de mi niña.
Y me dañó a mí también. Cuando intenté razonar con ella sacó los dientes para defender su atrocidad, tratando de culpabilizarme por no apoyar el enésimo desvarío de mi hija. Ella no consideró las consecuencias, ni el posible daño de afirmar los deseos imposibles de una menor en lugar de aplicar la prudencia.
La tutora no consideró lo más importante: que yo soy su madre, que la conozco profundamente y que la amo con todo mi ser. Luego era improbable, que estuviera dañándola a conciencia como ella sugería sino protegiéndola, pero no se molestó en conocer el caso: si yo era una mala o una buena madre.
Para ella, era fácil ser la profe guay, la profe especial que solo considera sus creencias de moda. Ella solo tenía que tratar con la niña unas horas al día durante el resto del curso y luego se olvidaría de ella. A mí me quedaban años de acompañamiento para que pudiera solucionar sus verdaderos problemas, años de sostenerla en la profunda tristeza que apareció, cuando pretendiendo ser lo que era imposible, se sintió atrapada entre las dos tierras y cayó en un profundo pozo de tristeza.
Estando yo en shock como estaba, incapacitada para pensar, no supe, ni pude defenderme. Esta tutora destrozó con sus creencias a una niña de quince años vulnerable y a su familia. Con su imprudencia, añadió años innecesarios de sufrimiento a mi hija.
No quiero desearle mal a nadie, pero tengo que admitir cuanto desprecio siento por aquella mala persona que daba clases de música, además de ser tutora. Ojalá los años y la experiencia mitiguen tanta soberbia.
La familia
En la familia encontré tres posturas muy diferentes entre sí:
- El apoyo incondicional y el acompañamiento implicado de mi hermana, a la que jamás podré agradecer lo suficiente, que me sostuviera en los momentos más terribles.
- La condescendencia equidistante del resto de mi familia.
- La intromisión peligrosamente afirmativa de uno de mis cuatro hermanos, que afirmó a mi hija usando temporalmente su nombre elegido. El hermano al que más íntimamente había estado unida durante toda mi vida. A pesar de que años después reconoció su error y cambió el trato con la niña, no podré olvidar jamás su traición. Ni entenderé su osadía sin tener información ni conocer mi posición. Quiero a mi hermano y seguiré manteniendo la escasa relación que mantenemos, pero nunca será de nuevo mi hermano especial, ese lugar se lo ha ganado mi única hermana.
Las amigas
Las amigas de relación diaria, las que vivieron cada día mi tristeza y mi dolor, las que conocieron de primera mano las situaciones que iban ocurriendo, me escuchaban por educación y trataban de cambiar la conversación.
Sé que creían firmemente que debían hacerlo para mejorar mi ánimo, pero se equivocaban. Yo necesitaba hablar desesperadamente, sacar aquel terrible dolor que me asfixiaba, pero mi enfermiza empatía sabía que no querían escucharme y muchas veces callé para satisfacerlas. Me tuve que tragar mi dolor a solas demasiadas veces.
La sociedad
Lo políticamente correcto está bien definido por nuestros políticos y lo tienen todo bien amarrado. Han tenido éxito creando el pensamiento único, han logrado erradicar el pensamiento crítico de los sistemas educativos y ahora, en la mayoría de los casos, somos marionetas en manos de poderes económicos y políticos.
Con este panorama, lo que encontré fue un buenismo estúpido: aceptar la corriente y quitar hierro a las consecuencias fatales para los jóvenes, que están cayendo como moscas en las creencias woke.
Algunas personas intentaron animarme repitiendo como papagayos la misma consigna, que hasta mi madre repitió: “¡eso no tiene importancia, esas cosas son normales hoy en día!”.
Y yo me alegro por las personas que de verdad necesitan esa transición hasta sus últimas consecuencias, pero lo que le estaba ocurriendo a mi hija no era normal, aunque yo entonces no tenía el conocimiento que tengo hoy para defenderlo.
Lo que me dolía sobre manera era que sin información, sin conocer los detalles, todos validaran a mi hija y ningunearan mi capacidad de discernimiento. Al final opté por callar completamente el terror que vivíamos en nuestra familia.