Me gustaría contarle, a quien esté interesado, el caso de Disforia de Género de Inicio Rápido (DGIR) que atrapó a mi hija, probablemente entre los doce y los quince. Antes nunca había tenido el más mínimo rechazo a su naturaleza de mujer, pero después de un proceso de consumo excesivo de redes sociales y contenidos de youtubers transactivistas, se autodeterminó varón.
Mi hija es una niña con grandes habilidades artísticas que las viene expresando desde la guardería, pero tiene lateralidad cruzada y dislexia. Le costó mucho arrancar con el proceso de aprendizaje de lectoescritura, a pesar de tener un vocabulario y habilidades lingüísticas excepcionales y una motricidad fina extraordinaria en las manos.
No fue bien entendida por sus profesoras y se la relegó al grupo de “los torpes” sacándola a diario de clase para llevarla a refuerzo, durante cuatro años sin haber mediado ni una palabra con los padres. Y fue ahí, cuando empezó su estigma entre sus compañeros y la destrucción de su autoestima.
Además, su menarquía llegó antes de tiempo y los senos se desarrollaron demasiado pronto, lo que aumentó su incomodidad con sus iguales. Mucho más, cuando su cuerpo empezó a llamar la atención indeseada del sexo masculino. Siendo peculiar en su gusto obsesivo por el anime, pronto las chicas le hicieron el vacío y se sintió más discriminada todavía.
Como consecuencia de lo anterior, la niña desarrolló variados síntomas a lo largo del periodo escolar: dolor de tripa en el colegio, terror nocturno, aislamiento, problemas de relación social, autolesiones y rechazo de la alimentación.
Mi hija estuvo en seguimiento psicológico desde los siete años con algunos espacios de descanso. Trabajó con dos psicólogas distintas y contó con el apoyo de hasta tres pedagogas. Ninguna de ellas detectó que la niña pudiera sentirse de un sexo contrario al propio, en cambio, ambas psicólogas diagnosticaron problemas serios de relación con sus iguales, baja autoestima y tristeza al sentirse aislada.
Pero la niña, que publicaba sus dibujos estilo anime en DevianArt y Tumblr, encontró una comunidad muy activa en la propaganda del activismo propio de la Ideología de Género. Quedó fascinada y consumió obsesivamente contenidos de Youtube que vendían la transición médico-quirúrgica como la solución a todos los males propios de la adolescencia.
Cuando la niña se atrevió a preguntar en alto, dentro de la comunidad de Tumblr, por la posibilidad de ser “trans”, le hicieron la ola y se sintió bien. Después de que la animaran a que lo gritara al mundo, lo hizo en el colegio.
Su tutora, sin contactar con los padres, le hizo la transición social (cambió su nombre y sus pronombres) y le dio el espacio de la clase para que lo contara a sus compañeros. La niña se convirtió de la noche a la mañana en la más popular del colegio. Se sintió en la cima del mundo porque por fin existía ante la mirada de sus iguales.
Nos enteramos de lo sucedido, por las redes sociales, varias semanas después. Su tutora, profesora nueva de música, que no conocía a mi hija de nada, sin consultar con la pedagoga del colegio que seguía a la niña, decidió interferir por su cuenta en un proceso terapéutico de una situación emocional muy grave, sin ser psicóloga y sin permiso de los tutores legales.
La niña se sintió protegida por la profesora frente a los padres. Fuimos tratados como intolerantes y pretendió hacernos sentir “malos padres”. ¿Cabe mayor imprudencia y atrevimiento?
La psicóloga que venía tratando a la niña en los últimos años, nos aconsejó buscar una especialista en género. Inocentes, buscamos en el sitio equivocado.
¿Quién iba a sospechar que una asociación que supuestamente protegía a personas transexuales, históricamente vulnerables, tenían agenda propia?
A Crysallys no les interesaba ver las diferencias entre el nuevo fenómeno de la DGIR que estaba explotando en nuestra sociedad y afectando mayoritariamente a niñas, y la transexualidad histórica escasísima que afectaba mayoritariamente a varones. Ahora estas asociaciones viven de las subvenciones para presentar conceptos acientíficos en los colegios, y por tanto, mientras más, mejor.
El verdadero bienestar de las niñas y niños les resulta irrelevante.
La asociación trans activista me aconsejó una psicóloga afín que trabajó concienzudamente para romper nuestra familia. Se dedicó a preparar semanalmente a la niña para enfrentarla a los padres, llegando a desarrollar una violencia inusitada contra nosotros, al sentirse apoyada por profesoras, psicólogas, leyes y la sociedad en general.
El amor y el respeto de unos padres íntegros, sanos y responsables fue pisoteado por todos. Nos invalidaron y arrebataron la capacidad de educar y proteger a nuestra hija.
Hoy ocho años después de mucha paciencia, de mucho amor y acompañamiento con respeto y dándole su espacio y tiempo, la niña de veintitrés vuelve a ser la persona cariñosa y respetuosa que era.
Ya no quiere hormonarse ni amputarse el cuerpo. Está trabajando en sus verdaderos problemas, se está haciendo cargo de su vida, cuida su salud y su alimentación, y demuestra un enorme afecto por la familia.
Mi niña, cuando se acuerda de aquella psicóloga traidora suele decir:
“¡mamá esa señora me traumatizó!
¿Qué hubiera pasado si hubiera aceptado sin más las exigencias de la psicóloga para que mi hija hiciera la transición con prisas?
Mi historia es casi idéntica a la de muchas familias en las que sus hijas e hijos presentan casos de Disforia de Género de Inicio Rápido (#DGIR).
Se produce un patrón que de ninguna manera es casualidad.
Puede leer mi historia completa y detallada en mi libro: