Mantener el silencio me hace vivir en conflicto:
El verano pasado vi de soslayo el libro El Género en Disputa de Judith Butler encima de la mesa de mi hija. Me inquieté bastante. Pensé que si estaba leyendo ese libro podría significar que toda la mejoría que detectábamos en la niña, tal vez, era mera apariencia para evitar conflictos y que seguía metida hasta las trancas en la marea Queer, tanto como para tener su biblia como lectura de cabecera.
La verdad es que sostuve un buen pellizco en el estómago varios días hasta que fui olvidando el asunto poco a poco, a base de distraer la mente con basura de las redes sociales. ¡Benditas nutrias y gatos de Internet que tantas veces han sustituido al mindfulness por muy absurdo que resulte!
Hace poco tropecé con publicidad de un curso sobre Sexo y Género. Al leer el temario descubrí que incluía un apartado específico sobre Butler, dentro del recorrido que se realizaría sobre la evolución del pensamiento, desde la etapa más racional donde el método científico guía la forma de conocer la naturaleza, hasta la actualidad donde se nos dice que lo material no importa, que la verdad es subjetiva y que se construye a través del lenguaje. Son pocos los que promueven estas ideas, pero han tenido un gran éxito impregnando a gran parte de la sociedad.
No tardé mucho en inscribirme ávida de conocimiento y munición para poder, si llega el caso, desmontar cualquier idea absurda que mi hija pueda confrontarme acerca de los postulados de esa señora. Me doy cuenta, de que en realidad toda la información que consumo con este propósito, solo me sirve para tranquilizarme al pensar que estoy un poco más preparada, pero vista la trayectoria de evitación que llevamos, no veo posible en un futuro cercano que podamos llegar a mantener una conversación razonada para comparar argumentos.
Llevarle la contraria a mi hija suele abrir una válvula de ira adolescente todavía. Por ello, mi esposo y yo lo evitamos a toda costa, tapándonos la nariz algunas veces. Todo en aras a mantener la calma familiar, mientras esperamos que nuestra hija alcance la madurez necesaria para analizar con capacidad crítica las doctrinas que la empujan a la autodestrucción.
Si hablara podría regresar la violencia que llegó con su autodeterminación, si callo temo las consecuencias del silencio en su desarrollo emocional. Me asusta que el silencio acabe provocando una herida de abandono parental.
Sabemos que lo más importante es seguir mejorando nuestro vínculo, que tenerla cerca nos ofrece oportunidades para demostrarle nuestro amor, y que no darle la razón como a los tontos no es odio sino respeto.
Me preocupa que todos mis esfuerzos para no repetir la historia disfuncional de mi propia familia acaben siendo inútiles. Me gustaría creer que, de todo el amor y sana relación que le dimos hasta que fue atrapada por el pensamiento sectario Queer, haya quedado un poso suficiente para que algún día pueda resetearse al acabar esta etapa de la adolescencia tardía.
Y volviendo a Butler, tengo que decir que me reconfortó escuchar a mi hija mostrar una opinión dudosa sobre el mencionado libro y su autora.
—¡Por fin he conseguido acabar un libro que me han dejado!
Supe inmediatamente a que libro se refería y no pude evitar el comentario.
—¿El género en disputa? ¡No me extraña, dicen que es infumable!
Me arrepentí al instante temiendo su disgusto y malos modos en medio de una celebración familiar.
—¡Es Judith Butler! ¿Qué quieres? —respondió divertida encogiendo los hombros—. Pero ya sabes, si quieres introducirte al feminismo es un libro imprescindible —concluyó, probablemente repitiendo frases hechas entre sus asiduos.
¿Qué significaban sus palabras? ¿Le parecía una lectura difícil y estaba de acuerdo o la consideraba una excentricidad necesaria? Si este es el feminismo que mi hija entiende, es para preocuparse.
El curso
El curso me aportó lo que necesitaba y pude entender el cómo la sociedad ha llegado a esta situación absurda. No voy a entrar en definiciones ni tecnicismos, porque lo que me importa es comprender la esencia de esta involución intelectual.
Primeras teorías críticas
A mediados del siglo XX empiezan a desplomarse las bases sobre los que se había creado la modernidad:
- Que la realidad existe como sustancia material independientemente del ser humano.
- Que el lenguaje sirve para describir de una forma neutra y objetiva la realidad, donde la unidad básica de la lengua es aquella que forma un significante lingüístico con su significado.
La Escuela de Frankfurt comienza a sospechar que la racionalidad ha sido usada para justificar posturas ideológicas y para ejercer opresión contra minorías por razón de sexo, raza, posición económica u otras, y este pensamiento da un paso hacia la radicalidad.
La deconstrucción de las palabras
La nueva deriva considera que la unidad lingüística básica no es el binomio de la palabra y el objeto que representa, sosteniendo que la función lingüística del lenguaje está en las relaciones que las palabras y los textos mantienen entre sí. Desarrollan una estrategia para romper ese binarismo, llegando a defender que nada existe fuera del lenguaje. Esto lleva un subjetivismo radical donde la realidad empieza a desaparecer.
Todo es lenguaje
Los políticos se dan cuenta de que si vivimos dentro del lenguaje, éste es una herramienta poderosa de dominación y los activismos lo explotan con éxito. Baste fijarse, por ejemplo, en las imposiciones de palabras y expresiones que, siendo una agresión a la lengua, se promueve su uso en favor de una supuesta forma de erradicar la desigualdad.
Hace más de una década, asistí a un curso de igualdad como previo a la posible participación en la elaboración del Plan de Igualdad de mi empresa. Quedé decepcionada, todo lo que abarcaba aquel curso giraba en torno a las palabras que debíamos usar, nada práctico y aplicable más allá del lenguaje. Pareciera que tener un Plan era sinónimo de haber eliminado la desigualdad.
En el contexto de esta deriva del pensamiento, las ideas de ciencia y de verdad se devalúan frente a narrativas dominadas por el lenguaje. Cualquier anomalía natural se utiliza como prueba de que el conocimiento científico es un constructo social, creado por las jerarquías de poder que deciden lo que se puede conocer y lo que no. La lógica o el razonamiento se transforman en formas de opresión y el activismo político la convierte en su núcleo de acción.
Y llegan las teorías Queer y Woke
Vista la evolución del pensamiento, en la década de los años sesenta del siglo XX comienza un cambio sociológico en las universidades de humanidades que afecta a los alumnos, profesores y dirección. Estas “ciencias” que carecen de criterios de verificación, muy al contrario de lo que sucede en las ciencias naturales, le permite a un grupo de “intelectuales” proponer posturas radicales, completamente innovadoras y transgresoras, además de incomprensibles.
Son posturas completamente disociadas de la realidad, situadas por sus ideólogos, por encima de las ciencias naturales juzgándolas desde una “superioridad intelectual”, a pesar de que demuestran no entender los aspectos más básicos de la naturaleza, o simplemente los ignoran en su delirio de sentir que están desarrollando algo excepcional.
Estas ideas comienzan a difundirse en las universidades privadas de EEUU, aunque luego salta a las de todo occidente. Estas instituciones acaban fomentando la nueva corriente de pensamiento bajo amenaza de exclusión social, lo que rápidamente consigue que toda la comunidad educativa se adhiera.
El negocio de las universidades se afana por satisfacer a sus clientes, transformándose incomprensiblemente, para dejar de ser lugares donde se fomenta el pensamiento crítico, convirtiéndose en espacios “protegidos” para que sus alumnos no tengan que enfrentarse a ideas que consideran agresivas por ser contrarias a las establecidas como políticamente correctas. Así se asienta el pensamiento único, incluso coercitivamente mediante la cancelación violenta que se consiente.
En una sociedad abierta, como lo es la occidental, vemos que los activistas que dicen defender a los oprimidos se convierten en opresores argumentando que no se puede opinar en contra de sus opiniones. Viene al caso recordar la paradoja de la tolerancia, enunciada por el filósofo Karl Popper (1945) de la siguiente manera:
La paradoja de la tolerancia es un concepto filosófico que sugiere que, si una sociedad extiende la tolerancia a quienes son intolerantes, corre el riesgo de permitir el eventual dominio de la intolerancia, socavando así el principio mismo de la tolerancia mediante prácticas autoritarias u opresivas.
Si a la universidad se le quita la capacidad de cuestionar se le quita su razón de ser. ¿Se convierte en una suerte de intercambio comercial dónde se mantienen contentos a los alumnos protegiéndolos de aquello que no les gusta oír? ¿Qué clase de adultos, sin entrenamiento para tolerar la frustración, van a salir de esos centros educativos que pagan para mantenerse libres de estrés?
En la universidad, tuve la fortuna de descubrir la diversidad de ideas y opiniones, el encuentro con personas diferentes con las que disfruté largas horas de debate en torno, tanto a los aspectos más técnicos y científicos del mundo y del universo, como a cualquier cuestión filosófica que se nos pusiera a tiro.
La universidad me abrió los ojos al mundo y me ayudó a incrementar exponencialmente la capacidad para pensar y argumentar, y aprendí el respeto a las ideas y a las personas. Me apena la merma que se les está haciendo a nuestros jóvenes hurtándoles oportunidades de crecimiento al protegerlos entre algodones.
El día que descubrí una risa burlona en la boca de mi hija cuando, ante una idea irracional le respondí que era una cuestión científica indiscutible, me quedé pillada. Se atrevió incluso a cuestionar verbalmente a la propia ciencia. Confieso mi desconcierto ante la actitud de mi hija cuando rozaba la mayoría de edad, ahora por fin entiendo el lavado de cerebro.
Judith Butler
Judith Butler, efectivamente es la figura académica de referencia y su obra El Género en Disputa de 1990 está considerada la obra más importante del movimiento Queer, que no del feminismo clásico.
Su obra es más un proyecto político que el resultado de una investigación sistemática. Ella reconoce que lo que busca es desestabilizar, desnaturalizar y subvertir las identidades sexuales de “varón” y “mujer”, además de la heterosexualidad reproductiva y la normatividad obligatoria.
Para ello, Butler no distingue entre los conceptos sexo y género entendiendo que ambos son constructos sociales opresores: un conjunto de acciones y apariencias para interpretar lo que se inculca culturalmente de forma agresiva, inventadas por los europeos para oprimir a las minorías que no se ajustan a los roles establecidos para varón o mujer.
Tergiversa el fenómeno biológico de la intersexualidad —anomalías y enfermedades de varones o mujeres— para “probar” que el sexo es un continuo.
Desde su punto de vista político defiende que cada persona debe autodeterminar su sexo/género, y lo vende como un acto de liberación, de valentía, de activismo, de crecimiento personal y sin limitación de edad.
Para ella, todo lo que sea no normativo, inclasificable, ilógico, transgresor, diverso, desconocido, irrepetible, especial… ha de ser promocionado en nombre de la Justicia Social y los Derechos Humanos y debe hacerse desde la primera infancia.
Butler y sus seguidoras, llevan sus ideas al extremo cuando afirman que el sexo sería un efecto de la misma construcción social del género, y que la clasificación binaria de los sexos es un producto secundario de la normatividad social binaria respecto de las identidades sexuales.
Lena Holzer, otra teórica del pensamiento woke, lleva sus ideas a la irracionalidad más extrema cuando afirma en su Tesis Doctoral titulada «El binario de género en el derecho internacional«, galardonada con el Premio SNIS 2022 y el Prix Senior Maurice Chalumeau 2023, que las diferencias anatómicas que distinguen a varones y mujeres son en realidad el resultado de los certificados civiles de nacimiento en donde se inscriben a los recién nacidos como varones o mujeres.
