¿Qué es una mujer?

29 de marzo de 2022

Querida hija;

Cuando indago en las fuentes filosóficas que inspiran el transgenerismo, me enfurezco en vez de sentir lástima por las estupideces de un puñado de resentidos y snobs con argumentos ridículos y terraplanistas. Explicaciones infumables intrincadas con eslóganes fáciles de vender, aun cuando lo que pretenden defender es justo lo que están ayudando a deconstruir. ¡Cuánto rédito está sacando el neocapitalismo al lado de su más antiguo enemigo y a costa de mutilar cuerpos jóvenes para convertirlos en enfermos crónicos de por vida!

Da que pensar sobre qué clase de sentido crítico tiene el progresismo más radical que defiende la barbarie de mutilar en serie a los niños abducidos. ¿Qué tipo de pensamiento uniformado llevan impreso en sus mentes, que ni siquiera son capaces de ver cómo sus líderes se aprovechan de ellos para satisfacer sus ansias de poder, y que una vez alcanzado, se apresuran a transformase a sí mismos para ser parte de la casta?

Cuando leo los panfletos de la ideología Queer y sus proclamas a través de las redes sociales, sobre la redefinición que pretenden hacer de mi persona, como miembro del conjunto de las mujeres del planeta, siento rabia.

La rabia de la impotencia por la indefensión ante los ataques a mi esencia más íntima, mediante la utilización de un lenguaje malicioso y retorcido, creado expresamente para hacer desvanecerse mi realidad como mujer. ¡Con lo mucho que me costó aceptarla!

Me indignan los términos peyorativos inventados para redefinirme como persona menstruadora, sangradora o portadora de útero. ¡Cómo si ser mujer fuera algo tan indigno y despreciable, que ni nombrarse se puede! ¿O sí?, ¡Ah claro, sí!, ahora el término mujer ya no nos pertenece, ahora es para los hombres que se transforman para parecer mujeres pero no para nosotras. Si no fuera tan trágico me reiría.

Pero, la intención no es trivial, además de la humillación, consiguen ensanchar artificialmente la categoría mujer para dar cabida a sus necesidades, igualmente creadas en laboratorios ideológico por “pensadores Queer”, que vete tú a saber a qué oscuras necesidades satisfacen.

Yo no niego la realidad de las personas transexuales que siempre existieron, casos aislados, y a los que respeto sinceramente. Lo que no puedo aprobar es el juego ideológico que está atrapando a niños y niñas inocentes, por miles. Una explosión disparada lejos de cualquier estadística conocida.

Querida hija, tus discursos siguen al milímetro las consignas manipuladoras, y te pierdes en ideas irracionales, que repites a modo de mantra, en lugar de pensar por ti misma. Rabio de impotencia, cuando veo en ti los efectos del adoctrinamiento, la obediencia ciega y la autodestrucción silenciosa que te impone el culto, punto por punto.

¡Cuántas ilusiones puestas en tus grandes capacidades que se han escapado entre las redes vaciándote la mente! Sí, siento mucha rabia, y mucho dolor por mi incapacidad para traerte de vuelta a la realidad. Yo tan solo soy un minúsculo granito de arena frente a una sociedad adormecida y ensimismada que consiente. Tú eres carne de cañón para beneficio de otros.

En un intento desesperado de hacerte pensar te interpelo: ¿te has preguntado alguna vez, de verdad, que es una mujer?

Yo entiendo el dolor de tu adolescencia injusta, como lo ha sido siempre para todas las mujeres. Conozco mucho más de lo que imaginas tu mundo interior y tus circunstancias, porque como mujer, yo también las soporté y aún sigo soportándolas. No obstante debo confesar que mucho conseguimos mejorar en tres generaciones, lo que ahora se empieza a romper en nombre de una igualdad, que en lugar de respetarnos, nos elimina del terreno de juego.

Sé, aunque tu no quieres verlo, que todo empezó cuando tu cuerpo se transformó demasiado temprano. Entiendo el desconcierto que las formas femeninas te trajeron y el desagrado de convertirte, casi de un día para otro, en el blanco de miradas, de comentarios, y puede que hasta de toques indeseados, cuando ni si quiera habías salido de tu pequeño mundo de princesas sirenas de Pichi Pichi Pitch, Sakura, cazadora de cartas, Candy Candy o tantos otros animes para niñas.

Tu desasosiego corporal trajo contigo la disforia de género, y no al contrario, como aprendiste en la Red. ¿Pero qué niña sensible con dificultades emocionales, como era tu caso, no la  tendría cuando el mundo se vuelve tan desagradable simplemente porque tu cuerpo se convierte en fuente de atención indeseada?

Tal y cómo te ocurrió a ti, me ocurrió a mí y la mayoría de las niñas.

En mi caso, desde que puedo recordar, siempre quise ser niño hasta bien entrada mi adolescencia. Me desesperaba la injusticia de haber nacido persona de segunda clase, tal vez por la insistencia de mi padre para que rompiera los estereotipos de mi sexo, en aras de una vida mucho más rica, privilegio del varón. En eso, mi padre lo hizo bien hasta que mi cuerpo se transformó, luego fue a peor. Crecer para ser igual en un mudo desigual me acarrearon sustos por exceso de arrojo aprendido para “ser como varón”.

A mí tampoco me gustaba ver como de pronto las miradas lascivas se posaban en mi cuerpo, ni los cometarios obscenos que valoraban impúdicamente mis atributos femeninos, ni las sardinetas en el trasero que el otro sexo se permitía darme impunemente, empezando por los hombres de mi propia familia y terminando por cualquier desconocido.

No me gustó cuando a los doce un hombre auto investido de razón me ofreció insistentemente su mano para sacarme de un supuesto peligro, cuando el peligro para mí fue él, tal y como pude comprobar al sentir sus asquerosas manos introduciéndose entre mis glúteos tratando de alcanzar la vagina.

No me gustaba que en las muchedumbres, manos desconocidas se apresuraran a apretar mis pechos o mi trasero aprovechando del anonimato.

No me gustaba tener que cambiar de acera cuando pasaba por una obra, y a veces hasta de calle.

Ni me gustaba tener que defenderme cuando algunos hombres se creían en el derecho a manosearme los muslos a poco que diera muestras de cercanía.

No me gustó salir del cine en medio de una película porque se me había ocurrido ir sola, y me acosaron para meterme mano.

No, ser mujer cuando mi cuerpo despertó, no fue fácil. Porque me hacía sentir como presa rodeada de fieras y nunca podía bajar la guardia. Así, que como tú, me disfracé con ropa que parecía de mi padre, me corté el pelo y me esforcé en imitar al otro sexo para pasar desapercibida. Y como tú, introvertida recalcitrante, pasé de la soledad de las higueras a la soledad de mi cuarto, y sufrí de ansiedad social porque la juventud me instaba a socializar pero no sabía hacerlo. Me refugié en la ciencia ficción, y el deseo de vivir más allá de mi habitación en un mundo hostil, que me llevó a la fantasía de ser de Júpiter hasta el ridículo. Ni que decir tiene, que por mucho que repitiera a mis allegados que yo era de Júpiter, llegara a convertirme en Jupiteriana.

Pero yo tuve suerte, la sociedad de mi niñez era realista y con valores sólidos. El poder de la publicidad no tenía las cotas de adulación que alcanza hoy en día, y la autoridad de los adultos de referencia era incuestionable. Así que nadie me convenció de que mi deseo de ser extraterrestre podría ser realidad simplemente porque en mi delirio, así yo lo sentía.

Te preguntarás por la razón de mis confidencias más íntimas y perturbadoras, esas que deberían quedar olvidadas para no ruborizarme por el ridículo. Pues bien, querida niña, solo pretendo despertar tu curiosidad, que te pares a pensar en ti misma y encuentres algún hilo del que tirar para llegar a conocerte.

Te quiere, mamá.