7 de Octubre de 2018
Querida hija;
Si alguna vez hubiera visto en ti cualquier mínimo detalle que me hubiera hecho sospechar que dentro de ti habitaba una persona masculina, hoy tal vez sería capaz de comprender, de aceptar algo que nunca percibí cuando eras una niña pequeña. En aquella etapa en la que empezabas a tomar conciencia de ti misma nunca hiciste nada para manifestar que necesitabas expresarte envolviéndote en la apariencia de lo que la sociedad le otorga a lo masculino, nunca exigiste algo distinto a lo que tu biología nos mostraba a todos.
En aquella etapa, cuando no tenías la capacidad del disimulo para contravenir el orden que tú pudieras entender cómo lo correctamente establecido para tu ser íntimo, nunca me solicitaste que te tratase como niño, nunca exigiste ropa de niño, ni me pediste que te cortara el pelo, todo lo contrario, te mostrabas complacida. Nunca dijiste que eras un niño.
Parecías tan conforme contigo misma, tan feliz con los juguetes, disfraces y objetos que habitualmente usan las niñas pequeñas, y era tan escasa o nula atención la que prestabas a los juguetes usualmente asignados a los varones, que yo misma me empeñé en ponerlos a tu alcance. En mi ingenuidad, pesaba que esas experiencias contribuirían a educarte de forma mucho más neutral, sin potenciar la femineidad que en mi opinión lastran en algunos aspectos a las niñas para toda su vida.
Quise alentarte a explorar más allá de tu pequeño mundo de hadas, muñecos y disfraces de princesas, para mostrarte que había otra parte a tu lado, que merecía la pena investigar por varios motivos: el primero por el simple placer de jugar de otra manera, el segundo porque a través de ese juego, esperaba que abrieses los ojos para enfrentarte al mundo cuando crecieras con una doble visión de las cosas, para que aprendieras a mirar de frente al otro sexo sin complejos, en definitiva, para prepararte a romper las barreras invisibles que nos ponen a las mujeres y supieras defenderte a ti misma.
Yo fui una niña alentada a enfrentarme cada día a retos que para una simple mujer no estaban fácilmente a su alcance. Tuve el privilegio de poder jugar y explorar desde la perspectiva del otro género, a veces de forma algo perversa empujada por mi padre, pero esa es otra historia.
Con el tiempo, comprobé por mí misma y lo contrasté en artículos y libros, que tratar de hacer jugar a los pequeños con los juguetes asignados de forma contraria a lo habitual en nuestra sociedad, es una tarea a menudo imposible. Recuerdo una de las charlas en la guardería, cuando las profesoras nos contaron como ellas, que también apostaban por esta causa, se maravillaban de las distintas naturalezas de los dos sexos, cuando veían a los niños usando a las barbies como espadas y a las niñas acunando y arropando a los coches. Las profesoras nos dijeron lo que era obvio, que los chicos se agrupan entre ellos mientras, las chicas lo hacen entre ellas. Nunca en la guarde me comentaron que en tu caso fuera distinto. La relación fluida con aquellas maestras que derrochaban pasión por su trabajo, llegó a ser muy profunda con algunas, lo suficiente como para haber abordado un asunto de tanta importancia.
En aquel tiempo tenías tu grupito de amigas y una especial, con la que compartiste una íntima amistad de chicas hasta los doce años. En todas aquellas maravillosas fiestas de cumpleaños, de las que guardo muchas fotografías y vídeos, puedo seguir observándote siempre en el grupo de las niñas disfrutando de los regalos de niñas… ¿Cómo hoy me dices que tú siempre te sentiste un niño? ¿Cómo pretender que yo pueda aceptar tu palabra si yo estaba allí y jamás me tropecé con un niño dentro de ti?
¿Cómo entender tu versión de los hechos cuando te he visto crecer disfrutando con los dibujitos de niñas, compartiéndolos con tus amiguitas? ¿Cómo aceptar si fuiste una niña que decidiste por ti misma tu estilo, femenino y coqueto, personalísimo, que impuso tendencias a tu alrededor? ¿Cómo comprender que de un día a otro transformaras tu aspecto y tu comportamiento? Sin titubeos, ni tanteos previos.
Me dicen que no siempre ocurre igual, que es lo normal cuando los niños se sienten libres y amados pero que, en hogares rígidos, de costumbre y usos convencionales, los niños y niñas pueden presentir que no serán bien entendidos y ocultan su verdad a los padres ¿Cómo se atreven a cuestionar sin conocernos?
Entiendo la desconfianza que puede suscitar mi relato estando inmersos en una sociedad buenista. He sentido esa maldita y arrogante desconfianza, esa soberbia de algunas personas que no solo desconfiaron, sino que se atrevieron a insinuarla. Sin tener conocimiento de cómo es nuestra familia, ni de las muchas circunstancias difíciles que te han tocado vivir. El dolor de esta incomprensión me mantuvo aturdida demasiado tiempo y no supe defenderme de los ataques velados de prácticamente desconocidos. Éste se clavó en el alma hiriéndome doblemente, dejándome aún más desvalida.
Herida y acomplejada perdí la capacidad de entender que yo, como madre, tenía el derecho a mi propia opinión. El miedo a no ser políticamente correcta, junto al miedo a herirte, me paralizaron por completo. Desposeída de ese derecho olvidé mis propias necesidades para concentrarme en las tuyas desde una discreta distancia. Debía darte tiempo y esperar a que el proceso terapéutico fuera desvelando las verdades ocultas que te acechaban, y se diluyese ese dolor depresivo, al menos lo suficiente, como para alcanzar un punto de comprensión mutua entre nosotros como padres y tú, hija.
Hoy por fin parece que ese día está cerca, es motivo de gran alegría porque eso significa, como ya hemos venido constatando, que has superado con más o menos éxito, esa etapa negra que te ha mantenido atada al más profundo vacío, sin ilusión ni futuro. Pero me angustia enfrentarme a ti. Por un lado, deseo con todas mis fuerzas entenderte, hablarte, contrastar tus creencias con las mías. Por otro, estoy profundamente aterrada a encontrar lo que no deseo.
Hoy en día sigo tan convencida de que tu realidad sigue estando distorsionada, que realmente lo que temo, es enfrentarme a ella y seguir sin ver al chico que tú pretendes ser y no saber cómo hacerte comprender. Sin embargo, eres inteligente y ya ha pasado un año y ocho meses, y aunque para a mí, el tiempo de la depresión no cuente, creo que es mucho tiempo para mantener una idea tan extravagante encendida sin un motivo. Y, por ello, me abro a la posibilidad de que tenga que aceptarte en esta nueva realidad que tanto me asusta.
Con todo mi amor