Desde hace aproximadamente dos años te he visto madurar lentamente. He observado como tomabas pequeñas grandes decisiones para cuidarte y para salir del ostracismo. Decisiones que me demuestran que vas haciéndote cargo de tu vida, más allá del dictado ideológico que te atrapó entre las redes sociales cuando recién estabas aterrizando en la adolescencia.
Que verbalizaras, a tu padre, la decisión de no tomar hormonas fue un alivio, pero el miedo no cesó de inmediato. Sabía que en cualquier momento podrías cambiar tu decisión, estando como estabas a merced de opiniones ajenas, precisamente por estar en esa etapa dónde la mirada de tus iguales es la medida de lo que sientes que vales.
Tu lento proceso lo hemos compartido todos los miembros de la familia. Tu padre y yo conteniendo el aliento muchas veces, aguardándote cerca, disimulando el miedo y la obsesión por el casi único objetivo de vida que nos mantuvo en pie en los peores momentos: sacarte del pensamiento sectario de la ideología de género.
Desde finales de enero de 2017, con una etapa álgida hasta noviembre de 2018, se sucedieron emociones de terror puro ante la idea plausible de que, fruto de las ideas aprendidas de desconocidos, llegaras a destrozarte el cuerpo y enfermaras. Descubrir que la sociedad confabulaba contra ti por puro interés de unos pocos y estupidez de la mayoría, apartándome por ley para facilitarte el camino hacia la autodestrucción, me llevó a desear dejar esta vida ante la impotencia de no poder defenderte.
Esas emociones tremendamente intensas de miedo y rabia han estado sacudiendo mi cuerpo, desgastándolo.
Sé que nos queda seguir esperando el desenlace, probablemente varios años más, hasta que te atrevas a cerrar esa etapa de oscuridad, pero ya te vemos razonablemente mejor. Sabemos que estás en el buen camino, tu afecto nos lo demuestra.
Hoy me animo a escribirte porque estoy desconcertada, porque necesito contarte y contarme, que me siento felizmente vacía. Sin emociones. Debe ser que eliminar el terrible peso del miedo y del dolor, me mantendrá descompensada mucho tiempo para poder sentir las emociones normales de la vida.
Debería estar feliz porque te vemos más cerca del final de esta pesadilla, pero no, simplemente no siento nada. He perdido las ganas de escribir, y esa es tal vez la mejor de las noticias porque en el pasado, escribir ha sido mi salvavidas cuando las emociones de dolor se disparaban. Debe ser que mi cuerpo ya sabe lo que no me atrevo a aceptar: que tú estas de vuelta, mi niña.
Y sin embargo, ¿sabes una cosa hija mía? Cuando leo cosas tan absurdas, tan distópicas, como promueve la ideología de género, a menudo pienso en ti. Eres inteligente y me demuestras que te informas de las cosas. Y a pesar de que conozco el poder de la manipulación sectaria contra cualquier persona vulnerable, sigo asombrándome de que tú puedas seguir siendo una creyente.
Me daña tanta estupidez y sentirme tan impotente para defenderte y, aun así, sigo bebiéndome toda información que me llega relacionada con el género, con las leyes aberrantes que se han creado para sustentarla, con los intereses que se van destapando, con los relatos crudos de personas arrepentidas o, entre otras cosas, con las barbaridades que se están consintiendo a tipos que antes hubieran sido arrestados por conductas delictivas.
Te confieso, hija mía, que no me apetece seguir leyendo, que me duele seguir haciéndolo. Pero me he impuesto el deber de seguir recogiendo datos, para dejarlos más o menos ordenados en mi web para ti, para que puedas analizarlos algún día. Estoy tan cansada que tal vez deba dejar de hacerlo pronto.
Por el momento aquí sigo, aguardándote en silencio, igual que lo hice cuando fuimos una, durante mi embarazo inquieto.