30 de mayo de 2024
Querida hija;
Hoy que debería ser un día ilusionante porque das un paso importantísimo para reconectar con tu cuerpo, no puedo disfrutarlo plenamente. Es más, me trae preocupación y mucha tristeza al saber que te enfrentarás al ejercicio físico muy abandonado, en unas condiciones lamentables de autoflagelación. Solo imaginarlo me duele.
Al verte bajar lista para ir al gimnasio, instintivamente mis ojos buscaron ansiosos por encima del cuello de tu enorme camiseta, y encontraron lo que no querían ver: ese maldito instrumento de tortura moderno, el binder.
Si ya va a ser complicado recuperar unos músculos nada ejercitados desde hace más de siete años, ¿cómo vas a soportar el esfuerzo físico extraordinario con el pecho aplastado hasta el límite y las costillas constreñidas? ¿Cómo vas a respirar, hija?
Quisiera ofrecerte un sujetador deportivo, pero me falta valor. Tengo mucho miedo de que mi oferta te ofusque, te haga enfadar y sea un revulsivo contra tus muchos avances hacia un camino más saludable. Tengo mucho miedo a que tu enfado y tu ira regresen contra mí.
Estoy convencida de que es mejor esperar a que las cosas vayan cayendo por su propio peso, como dice papá, pero no puedo evitar sentirme culpable por no aconsejarte. Me siento cobarde porque en el fondo, no hacer nada, es no enfrentarme a ti y al dolor que me provoca tu rechazo.
Me enseñaron que al toro hay que cogerlo por los cuernos, pero ¿y si me equivoco? Y si mi impaciencia destruye la mejor salida del túnel del horror.
¿Y si no sé confrontar contigo y lo estropeo todo?
Y a pesar de todo, veo con esperanza la puerta que abres. Mi cuerpo la siente.
¡Ojalá te dejaras ayudar!
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