Qué paradójico resulta el destino, cuando precisamente la pasión por el arte del dibujo, acaba siendo la puerta al camino de la destrucción del artista.
Dada mi experiencia de vida difícil en el que el respeto era un concepto desconocido, cuando decidimos tener hijos, me preparé a conciencia para romper el maleficio de la violencia sutil, y poder educar a mi descendencia sin las cadenas de mi pasado.
No fue fácil, aún sigo aprendiendo y, tristemente constatando, cuánto daño llevo dentro. A veces me aterroriza la culpa por no haberlo trabajado lo suficiente, por si acaso mis limitaciones emocionales hubieran dañado a mis hijas.
Y precisamente la necesidad de respeto me llevó a respetar, tal vez en exceso.
La necesidad de dar soporte y valor a mis hijas me empujó a alentarlas en todo cuanto destacaran, a costa de cualquier cosa, incluso de mí. Las dos tienen alma de artista.
Desde que mi hija pequeña tomó un lápiz en sus manos por primera vez, algo mágico despertó su pasión por el dibujo. Encontró su lenguaje particular para expresarlo casi todo y, con el tiempo, se convirtió en modo de relación social.
Su comportamiento obstinado de profundizar ante las cosas que le interesan, la llevó a entrenarse sin descanso, hasta lograr un control excepcional sobre la técnica del dibujo digital. Sus modelos fueron sacados del anime y la obsesión se expandió a otros aspectos de su vida: la forma de hablar, de vestirse, el idioma japones, la alimentación, las series.
El Manga se convirtió en su lectura de cabecera y los videos de anime en su forma casi única de esparcimiento, hasta acabar en adicción.
Compartir su arte a través de la redes y departir con “iguales” sobre su pasión la adentró en varias redes sociales hasta acabar, primero en DevianArt y luego en Tumblr —república independiente del wokismo—. Y consumió la tele predicación de destacados youtubers trans. Y allí en la Red, la pasión artística acabo derivando en delirio, aupada por otros que ya eran adeptos de la ideología sectaria Queer.
Las técnicas represivas de control del grupo acabaron eliminando sus barreras y se dejó llevar. Siempre fue una persona excesivamente complaciente con sus amigas, las de verdad y de toda la vida. Ahora en este mundo digital, plagado de perdidos y depredadores, dejó de ser ella para poder pertenecer al grupo.
En muy poco tiempo dejó de tener pensamiento propio para abrazar el del colectivo, aprendió sus consignas, integró sus normas y puesto que en su vida son importantes las reglas, las acató con firmeza y determinación. Asimiló la necesidad impuesta de alejarse de su familia, y de expresar su nuevo odio contra todo aquel que se atreviera a cuestionar sus deseos y los cánones de su nueva familia digital.
Cuando intuí que algo iba mal el control parental frenó un poco la deriva fatal, pero acabó siendo utilizado, por los desconocidos de las redes sociales, como la prueba de “mi control tóxico”.
Entonces, el manga y el anime me parecían inocuos, y alimentar su pasión para expandir su desarrollo hacia la profesión de la animación digital —aunque entonces no sabía ponerle nombre—, me proporcionaba felicidad al poder ayudarla y animarla a ejercitar esa maravillosa pasión. Así, proporcionarle un buen ordenador, buscarle programas de dibujo o animación, permitirle demasiado tiempo ante el ordenador porque creía que estaba aprendiendo, fue la trampa mortal consentida por mí, que atrapó a mi hija. Tendré que cargar con ello.
No sabía que a través del manga acabaría llegando a una especie de pornografía más o menos violenta con el Yaoi por bandera, no sabía que promocionaba la erotización de todo y que se hacía marketing sobre la ideología de género.
Le puse a mi hija un arma en las manos por ignorancia, pensaba que la estaba animando a explorar sus capacidades artísticas, y en realidad la estaba dejando entrar a un mudo de adultos donde el sexo explícito, cruel y violento a veces, como luego comprobé, estaba por todas partes.
Un mudo en el que una niña inmadura, excesivamente sensible, introvertida, complaciente, inflexible y quizás asustada, fue rápidamente asimilada y decidió que no quería ser mujer.
Cuando una persona con la personalidad de mi hija toma una decisión, reordena esquemas, asimila reglas y las cumple al pie de la letra.