Hace unos días, visitamos a mi hermana y pudimos disfrutar un buen rato de su nuevo cachorro de gato amarillo. Tendrá menos de tres meses, justo esa etapa en la que una se pasaría el día entero mirándolo jugar con cualquier cosa a su alrededor, ajeno a la más mínima preocupación cuando se siente seguro con su humano.
Mi hermana tenía la teoría de que era una hembra y nadie se lo discutió hasta que de pronto mi pequeña dijo —Me parece que no es una hembra.
Todas pusimos atención mientras mi hija me lo acercaba a la cara para que comprobara por mí misma sus genitales.
—Tiene huevos y no hay agujero delante—dijo, —algo que pasa con frecuencia, pero no —repitió orgullosa de su descubrimiento—, es un macho.
«¿Qué pasa con frecuencia?» pensé, «¿estará hablando de intersexualidad o será un sarcasmo para referirse a la confusión de mi hermana?». Seguí mascullando: «No. Creo que se refiera al hermafroditismo. ¡Siempre pensando con la ideología subida a la chepa!», reflexioné mientras observaba la escena en silencio.
Cómo fuere, la niña insistió y se aseguró de que entendíamos que se trataba de un macho porque sus genitales eran de macho, a la par que nos mostraba orgullosa su descubrimiento acercándonos el gato a cada cual para que pudiéramos observar bien el rasgo biológico que distingue el sexo en el más del 99% de los casos.
Obviamente, no intervine para remarcar sus argumentos para determinar que el precioso gatito era macho, ni la puse en el dilema de preguntarle el por qué para un ser humano es distinto según sus teoría transgeneristas.
Mis prioridades están puestas en seguir creando una buena relación con ella, alejándome de cualquier circunstancia que pueda reavivar la acritud con la que desembarcó en su adolescencia tras ser abducida por el wokismo.
Sin embargo, no puedo dejar de darle vueltas a las incongruencias del razonamiento de una chica de veintitrés años, que además es brillante intelectualmente. ¿Cómo puede estar tan segura de que el sexo de un gato se observa echándole un vistazo a sus genitales y, a la vez, puede creer que ella misma es un hombre?
Hace ya más de un año que la actitud de mi hija es radicalmente distinta a la que tuvo durante más de cinco años, cuando sin cuestionamientos previos, se autodeterminó varón. Entonces todo fue enfrentamiento visceral constante para intentar obligarnos a aceptar sin hacer preguntas.
Ahora, vive más tranquila, participa de la vida familiar casi con normalidad. Sigue pasando demasiado tiempo en su cuarto conectada a las redes sociales, pero ya sobre todo se relaciona con amigos cercanos y nutritivos. Ha recuperado la cercanía de aquellos con los que creció y, en general, la veo más centrada, más amable y feliz. Incluso, ha aceptado por fin acudir a una psicóloga que le ha recomendado su mejor amiga desde la guardería.
Mi psicóloga tiene la teoría de que ya es consciente de la estafa de la ideología del género, pero que no puede admitirlo, ni llegará un día y dirá: “mira mamá, me he equivocado, soy una mujer”. Para mi terapeuta, eso sería como admitir que nos ha hecho sufrir sin base alguna, que sería demasiado difícil de aceptar y que eso nunca sucederá así. Ella opina que solo el tiempo irá matizando sus creencias y comportamiento, y que puede que algún día, dentro de muchos años admita algo.
Supongo que ella ve las cosas con una ecuanimidad que yo no puedo tener por estar demasiado comprometida emocionalmente. Tendré que seguir cultivando la paciencia y permanecer enfocada en lo fundamental: contribuir de todas las maneras posibles a que se sienta segura en la familia y no necesite otra sustituta.
Todos hemos sufrido las consecuencias de la maldita cultura Queer, pero la que peor parte se ha llevado ha sido mi niña, porque quedó atrapada en una ideología sectaria y cruel a una edad demasiado dependiente de la mirada de terceros. Una ideología que le exigía demasiado: dejar de ser la maravillosa persona que es.
A mí me importa muy poco mi sufrimiento y ella no tiene que disculparse por nada, solo ha sido una víctima más. Lo único que ansío es verla libre del control de una subcultura que la está condicionando de forma muy negativa, que aprenda a aceptarse tal cual es; y que comience a vivir sin el lastre woke.
¡Y que repudie el binder! Ese maldito instrumento de tortura.