La coeducación secuestrada

Autoras:
Ana Hidalgo Urtiaga, doctora en Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid.
Sílvia Carrasco Pons, profesora de Antropología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Araceli Muñoz Lacalle, Doctorada en Filosofía y CC de la Educación y Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid.
Marina Pibernat Vila, Profesora de la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona.

PRESENTACIÓN DE LAS AUTORAS

La coeducación, la herramienta feminista clave para luchar desde la escuela contra el patriarcado que persiste a pesar de las leyes que nos declaran iguales, ha sido secuestrada. Lo que parecía un renovado interés por la coeducación por parte de gobiernos de todo signo es en realidad una suplantación para introducir las ideas transgeneristas reaccionarias en todas las etapas educativas.
Inspiradas en la teoría queer y aparentando una intención transgresora y liberadora, sostienen la existencia de una infancia y una adolescencia trans, que se basa en otra ficción transmitida ahora desde la propia escuela: la idea de que se puede cambiar de sexo, que se puede nacer en un cuerpo equivocado y que ser mujer u hombre es un sentimiento. En las comunidades autónomas se han ido aprobando normativas que convierten la ideología transgenerista en la nueva verdad y establecen sanciones para el profesorado y las familias que dudan o discrepan del «autodiagnóstico» infantil y adolescente y de sus «identidades sentidas». Cuando otros países ya dan marcha atrás, en España aumenta el daño irreversible con tratamientos hormonales y cirugías a un número creciente de menores, especialmente chicas, que se declaran trans tras su exposición a estas ideas, y se convierten en dependientes de la industria farmacéutica.
Pero las autoras van más allá. Argumentan que esto no es una moda ni obedece solamente a intereses económicos inmediatos: forma parte de un proyecto para el cual los derechos de la ciudadanía y, más aún, los derechos de las mujeres y de la infancia, son un estorbo. La abrumadora propaganda que difunde y apoya el transgenerismo y la exclusión de las voces críticas en los medios resulta, como mínimo, inquietante.

MI EXPERIENCIA DURANTE LA LECTURA

He procrastinado la lectura de “La coeducación secuestrada” por el temor al dolor que me iba a producir la amarga evidencia de un estudio riguroso. Datos que me demostrarían el retroceso social al que estamos asistiendo en los últimos años.
Creía que, en la sociedad occidental, habíamos superado para siempre determinados umbrales de igualdad entre las personas tanto en lo referente al sexo, a la raza, a la sexualidad, a la identidad…
Pero, si una acude a la Historia, no puede obviar como los países pueden cambiar con revoluciones, guerras y luchas políticas. Me asusta, que en nuestra sociedad occidental tan acostumbrada al bienestar, hayamos caído en la complacencia y perdido el sentido de autoprotección.
Me asusta que hayamos dejado descansar esa tarea en los poderes ejecutivos y políticos ciegamente y que, éstos conscientes de ello, se hayan encargado de destruir la buena educación para garantizarse el poder y el status. Mientras menos formados más manejables seremos. Mientras más perturbados mayor control sobre la población.
Hoy la clase política es la nueva nobleza. El progresismo especialmente no disimula su entusiasmo por derrocar el precedente que ahora ocupan. Y no voy a ser yo quien defienda a una estirpe de herederos privilegiados por nacimiento porque creo en el mérito propio, incluso para ese linaje. Pero la observación me lleva a concluir que ese odio es fruto de la envidia. La nueva nobleza —los políticos— quieren sus privilegios, y en ello andan. A menudo, lo consiguen.

El mortal de los comunes, usted y yo, somos los nuevos plebeyos. Cada vez más coartados para el ejercicio del libre pensamiento, de la libre expresión, para disponer de la economía propia y hasta para el disfrute. Cada vez menos formados. O tal vez, educados para no destacar; para no pensar.

Para mí, están claros los intereses múltiples y de múltiples frentes para el derribo que se ha venido haciendo de la educación. Deconstruir la realidad les viene muy bien a demasiados estratos, entidades y colectivos, ya sea por interés estratégico, económico o ideológico. Las consecuencias a largo y medio plazo les resultan irrelevantes.

Ellos ganan, la mujer retrocede en derechos y a la infancia se la domestica para usarla.

Yo nací en 1963 y aunque las feministas de décadas anteriores ya habían hecho una enorme labor por intentar alcanzar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la verdad es que tengo recuerdos —no muy favorables—, de cómo eran las cosas para las mujeres en los años setenta y de la evolución de las leyes dirigidas a lograr esa igualdad.
Su calado social ya fue otra cosa, personalmente he visto muchos matices según el entorno. Probablemente he sido una afortunada que se ha podido desenvolver en la vida razonablemente en igualdad. No del todo, porque saliendo al mundo una se encuentra de todo, y yo me las he visto desde niña en bastantes apuros y algunas injusticias.

Sé que hay una casta especial de profesores que resisten, pero la nueva ola ya viene adoctrinada. Otros simplemente quieren sobrevivir sin problemas y quiero entenderlos, pero no lo consigo. Me duele demasiado cerca.

Ojalá este libro —La coeducación secuestrada— se convirtiera en el vehículo para despertar a muchos más profesores y los llevara a la resistencia pasiva. Ello permitiría mantener intacta la integridad física de muchos menores, y tal vez con el tiempo, recuperar la salud mental de un puñado de jóvenes que hoy están enmarañados entre conceptos irracionales y leguajes farragosos.