Quisiera zarandearte

23 de octubre de 2022

Mi Querida hija;

No pasa un solo día en el que tenga que reprimirme para no zarandearte. Vana ilusión para  intentar abrir una ventana de aire fresco entre tus machaconas ideas de “Justicia social”. El dolor a menudo se hace tan grande que no vivo en la realidad, sino en la ensoñación constante de que lo único que me queda por hacer, es regalarte mi vida. Pienso a diario, que tal aberración autolítica, tal vez sea la única forma de hacerte recapacitar lo suficiente, como para valorar la posibilidad de explorar otros puntos de vistas distintos a los que te imponen tu ideología queer.

Siento mucho haberte fallado por poner en tus manos un smartphone demasiado pronto. Confié en el control parental y subestimé tu capacidad de respetar las normas. Te pido perdón por no haber previsto el poder del enemigo que acechaba entre las redes sociales. Ahora, ya es demasiado tarde para tanto como llevas perdido, y sinceramente, no encuentro descanso porque ni de lejos puedo vislumbrar un posible final que acabe con tanto daño emocional como llevas acumulado en el cuerpo.

Sí, mi querida niña, sé cuánto sufriste y sigues haciéndolo. Sé que el mundo no ha sido amable contigo desde que llegaste a es maldito colegio. Sé que te estigmatizaron por ser diferente en lugar de promocionar tus grandes capacidades. En primer lugar, la incompetente y prepotente profesora que te acogió en primero de Primaria y, luego tus compañeros, por el señalamiento público al que te sometió en lugar de adaptarse a tus circunstancias especiales.

Lo comprendí todo de repente en una tutoría rutinaria de cuarto de primaria, pero para entonces ya había demasiado daño hecho y, por fin comencé a entender las somatizaciones por tanto dolor.  Aquel día lloré de rabia, de tristeza e impotencia ante una profesora atónita. El colegio te falló desde el primer día.

Sintiendo tu dolor, busqué soluciones sin descanso mi pequeña, pero se ve que no tuvimos suerte y ningún profesional me dijo claramente lo que pasaba: que estabas sufriendo. Tu autoestima acabó de romperse cuando llegó la pubertad, momento vital de cambios y de construcción de la identidad en base a la mirada de los iguales. Nuevamente, tu original y maravillosa forma de ser, te aisló aún más porque, entre ellos, no encontraste intereses afines. Tu autoestima no solo no mejoró, sino que todo se precipitó cuesta abajo para agrandar tus preexistentes problemas de relación social y exacerbar tu dolor existencial.

En aquellos momentos no entendí el repentino uso de las mangas largas y cuello cerrado hasta el último botón, pero ahora doy crédito a la idea de que estabas ocultando cortes y autolesiones. Un maltrato que se unía a la privación de alimentos a la que te sometiste, probablemente para intentar disminuir el volumen de tu pecho.

El atropello que sufriste recién cumplidos los trece añadió más miedo y la reclusión se agrandó. Aquel verano y el siguiente debieron ser terriblemente duros por la soledad que sentías, así que escapar por la ventana de Internet fue tu solución y yo no supe ponerle freno. Entraste en un mundo para el que no estabas preparada y fuiste pasto de la tendencia preponderante, la solución mágica a todos los problemas adolescentes: la nueva religión de la ideología del género. Ser una persona vulnerable te convirtió en presa fácil.

Una vez te captaron te aislaste aún más de tus amistades, te recluiste en tu cuarto y las únicas interacciones se limitaban a las redes sociales. El malhumor creció hasta algo parecido al odio hacia mí, y la tristeza se hizo demasiado grande.

Calculo que fueron más de dos años, entre los 13 y los 15, de adoctrinamiento. Primero muy sutilmente y, luego con ferviente acogida, hasta hacerte dependiente de un grupo de pertenencia para escapar de la soledad y de tu dolor adolescente. 

Un periodo crucial en el que los gurús queer no solo aleccionan, sino condicionan el pensamiento con técnicas de manipulación coercitiva. Pero ya sé mi querida niña, que ni te vas a molestar en leerme porque a tus ojos, no cabe el derecho a tener ideas contrarias. Tus evangelizadores te han enseñado que los dogmas no son cuestionables y que los librepensadores son malignos herejes, ahora rebautizados como transfóbicos o TERF.

Así hija, como ves, entiendo a qué te refieres cuando me aseguras que “ya hacía mucho tiempo que venías pensando que eras trans antes de decírnoslo”. Pero, yo lo veo desde afuera y con acento crítico, con el conocimiento pleno de cómo ha sido tu vida. Tú en cambio ya ni la recuerdas, o pretendes no hacerlo. Como tú misma dices “los recuerdos se pueden  implantar”, y en tu caso mi niña, así lo han hecho. Pero tú tienes la suerte de que si quieres podrías recordar. No sólo por el abundante material audiovisual que tengo guardado sobre ti, sino porque de tu propia mano, dibujaste tu vida. ¿Acaso no eres tú misma la mejor persona en la que confiar para hacerte recordar quién eres?

Escucho a diario demasiadas proclamas de odio contra mí y contra madres coraje como yo, mantras que se repiten como escudo protector frente a las herejes: “kill the TERF”. ¿De verdad puede estar pasando esto en una sociedad supuestamente abierta? Sin embargo, a mí no me mueve el odio sino el amor. Y si no fuera por ese amor y por la responsabilidad de ser tu madre y de saber que, aparte de tu padre y yo misma, nadie va a protegerte para ser libre pensante, hace tiempo que hubiese tirado la toalla.

Hay días que son demasiado cuesta arriba al saberte presa de una ideología, que lejos de acompañarte, como dice: “para ser tú misma”, te ha eliminado la capacidad crítica de poner a prueba las creencias que te impone.

Te observo y te escucho aunque desde la distancia que me aplicas, para reconocer con amargura como han modelado ese enorme potencial que una mente brillante como la tuya tenía. La rigidez de pensamiento que te caracteriza te hace todavía más vulnerable.

El camino fácil hubiera sido aceptar que una niña tomase decisiones irreversibles para convertirse en enferma crónica de por vida. Pero el amor no es cruzarse de brazos, o tal vez acompañar alegremente a una hija a tirarse por un precipicio. Ese camino que tú pretendes recorrer, desde mi punto de vista, jamás te llevará a la felicidad que tú pretendes encontrar en él, porque ese camino te robaría la libertad, además de la salud.

La libertad es el bien personal más preciado del ser humano, pero una libertad real. ¿Es libre el creyente acérrimo de algún culto?, ¿el adepto radical a cualquier ideología? Rotundamente no, porque unos y otras basan su poder sobre sus acólitos eliminando su capacidad crítica. Hay abundante documentación sobre las técnicas de manipulación coercitivas para este fin, y el primer paso es eliminar la red de apoyos, o mejor aún, convertirlos en el enemigo.

Me despido con toda la desesperación por no encontrar una fisura por la que hacerte llegar un rayito de sentido crítico.

Casi sin esperanzas, te quiere mamá.