26 de mayo de 2023
Querida hija;
Verte aislada del mundo, a oscuras, desconectada físicamente de posibles amigos, negándote la necesaria convivencia real con otras personas para abrirte a la vida y descuidando tu salud, es demoledor. Me provoca tanta tristeza e impotencia, que a veces me cuesta tirar de mi propia vida.
Sé, de sobra, cuanto sufres. Conozco tus vulnerabilidades y tus dificultades de interrelación social que tanto dañan tu autoestima. Estas limitaciones te están lastrando e impidiendo vivir la vida con la intensidad propia de la edad que tienes. Y a mí, se me parte el alma viendo cómo se escapan los días sin que levantes cabeza. ¿Sabes cómo duele verte así día tras día? A veces me resulta insoportable y, sin embargo, sigo aquí, intentando demostrarte que yo estoy de tu parte y que te quiero.
Yo no soy perfecta, nadie lo es. Pierdo el rumbo muchas veces, pero mi amor por ti me hace tener tesón para demostrarte que puedes contar conmigo, me hace levantarme una y otra vez. Y sigo a la espera de que algún día puedas y quieras hacerte preguntas:
¿De verdad mis padres me odian?
¿De verdad son controladores?
¿De verdad en su relación conmigo han demostrado alguna vez querer hacerme daño?
Mi vida, ni tu padre ni yo, sabemos que más hacer para que te apoyes en nosotros, en nuestro amor verdadero e incondicional. Solo queremos asegurarnos de tu bienestar a largo plazo, que resuelvas los problemas emocionales que llevan haciéndote sufrir desde hace mucho tiempo. Como bien dice tu hermana: “mientras no resuelvas esos problemas jamás llegarás a conocerte”.
Pasan los días, los meses y los años, y ya van más de seis, y aunque he tenido que aprender a tener paciencia, te aseguro mi niña, que por dentro siento como si un ejército de hormigas tigre me estuviera royendo lentamente las entrañas.
Mientras permanezcas online tanto tiempo escuchando y leyendo, una y otra vez, los contenidos que el algoritmo te pone delante, no serás capaz de escuchar otras opiniones, no estarás en condiciones de empezar a cultivar un sentido crítico, y seguirás presa de los vaivenes y derivas ideológicas de las comunidades de Internet.
Personalmente hice muchos esfuerzos para librarte de los pensamientos religiosos porque siempre los consideré castrantes y alienadores. Ahora veo que ese hueco ha sido ocupado por una nueva religión mucho más peligrosa porque el sacrificio que exige eres tú. Te empuja coercitivamente, apenas sin que lo notes, a despojarte de ti misma y entregar hasta tu propio cuerpo en servidumbre a intereses espurios.
Deseo con impaciencia que algún día estés en condiciones de poder enfrentarte a tus creencias cuasi religiosas y que podamos analizarlas juntas con serenidad, contrastarlas con datos no sesgados y revisar quienes están detrás de ellas y porqué. Pero hasta que no comprendas que tu familia te quiere sin límites, y que aquellos que dicen ser tu nueva familia, simplemente obedecen a sus propias necesidades, no podrás desarrollar la capacidad crítica para revisar tu vida.
Será muy difícil reconocer que has intentado rescribir tu pasado y tu vida para encajar en las exigencias de esa nueva religión, y más duro aún, entender el sufrimiento de los que la vivimos contigo con amor. Pero la ilusión difusa de que algún día podamos explorar juntas este pasaje oscuro es casi lo único que aún me mantiene en pie.
Cuanto miedo, cuanta impotencia y cuanto dolor me produce verte encerrada en tu cuarto aislada de tu familia, sin saber qué haces tanto tiempo encerrada, sin saber con quién estarás departiendo, qué nuevos argumentos estarás discutiendo para seguir conectada a ese grupo que te acogió entusiasmado cuando llegaste a él, pero que lentamente fue anulando tu curiosidad y tus dudas hasta convertirte en un miembro sumiso, y a saber si ya hasta eres una reclutadora de nuevos adeptos.
Este dolor incesante está dañándome emocional y físicamente. Hay días que el único pensamiento desde que me levanto hasta que me acuesto es: huir. Huir para no enfrentarme a una situación que me supera. Ojalá quisieras darnos una oportunidad y nos dejaras ayudarte.
Me gustaría poder tenerte un ratito cada día para mí, aunque solo fueran cinco minutos. Cinco minutos verdaderos, en los que pudiéramos expresar mutuamente cuanto nos queremos: con una mirada, o una caricia, o cualquier pequeño gesto que me diga que aún me quieres, que aún confías en mí.
Desesperada, mamá.