Para decirte sin palabras lo mucho que te quiero
18/04/2025
Querida hija;
Sentí miedo a perderte, apenas a un mes de saber que estabas de camino, cuando un sangrado espontáneo dejó claro que los riesgos existían. Me tranquilicé enseguida, cuando el reposo refrenó el proceso de posible pérdida y la ilusión contenida regresó aplacando el temor a perderte.
Antes de los cuatro meses de gestación, te sentí la primera vez como una caricia de burbujas que se abrían paso hacia la vida dentro de mí. Apenas un cosquilleo que disparó una emoción de serena alegría y las ganas de conocerte.
Empecé a hacerlo poco después sintiendo tus piruetas, a veces, al ritmo de la música de mi vida. Y cuando te faltó espacio para saltar, las patadas y desperezos me mostraban las siluetas de tu cuerpo deformando agradablemente mi piel. No dudes mi niña, que aquel trajín me dio grandes momentos de felicidad y abono para una ilusión inaudita al sentirte tan viva.
Dirán que sueño, cuando aseguro que hablábamos antes de que nacieras, pero yo sé que nuestra conexión era mucho más que pura biología. No puede ser casualidad, que tus pataditas respondieran en la misma cadencia exacta que los golpes de tantán que yo tocaba sobre mi tripa.
El periplo hasta nacer desde que avisaste para salir me lo quiero saltar porque no deseo contar aquí las horas más sombrías, baste decir, que cuando comencé a despertar te busqué instintivamente con el oído, y te escuché entre el llanto de muchos bebés recién nacidos.
Pregunté por ti nada más pude articular palabra y se me puso al alcance una matrona, pero me dio largas en lugar de traerte junto a mí enseguida. Tuve que esperar, lo que ellas quisieron, hasta encontrarme contigo, cuando mi cama ya rodaba por los pasillos.
No me dejaron abrazarte, ni mirarte, ni el espacio necesario y por derecho que tiene una madre para vincularse a su cría recién nacida. Lo siento mi niña.
Tampoco fue fácil crear el vínculo con demasiada familia alrededor, ni con los problemas derivados de un parto no atendido como se supone que debía ser en nuestro siglo.
Pero ay, hija, cuando nos dejaron a solas el vínculo brotó inagotable, con la furia de un manantial retenido que rompe súbitamente. Juntas aprendimos: yo lo que era amar sin condiciones, tu la seguridad de saberte protegida.
Pudimos disfrutar de largos ratos, simplemente mirándonos. Tú tumbada sobre la mantita de cuadros blancos y verdes, buscándome la mirada con tus grandes ojos azules todavía, yo embelesada sin poder apartar los míos de tu cara. El mundo se paraba para nosotras mientras nos hablábamos en silencio. No había nada que decir porque estábamos conectadas simbióticamente. Jamás he vuelto a sentir aquella calma.
En aquellos momentos se me quedó grabado en el cuerpo el epíteto de felicidad calmada. Tal vez por eso, cuando me cuesta sobrellevar la vida, vuelvo al toque sereno de tu mirada de bebé buscando mis ojos y el recuerdo me calma.
Sé que muchas veces tu mente ha rondado la idea de mi abandono, por eso necesitaba explicarte que no pude evitarlo cuando naciste, porque simplemente estuve indefensa.
Después me he afanado en subsanarlo. Espero, que al margen de la etapa necesaria y sufriente de la adolescencia, a pesar de todos mis fallos, puedas entender que mis errores fueron solo errores, jamás nada premeditado ni maldad.
Porque te quiero y el amor no daña a sabiendas.
Nana para mi niña grande
Atesoro en mi corazón
momentos de paz infinita
cuando tus grandes ojos
de mirada azul todavía
la sostenían curiosos
atentos a la mía.
Extraño el tacto de mis dedos
jugando con tu piel
se me quedó impregnado el apego
el amor más puro y fiel
Tal vez por eso
ahora que la adolescencia se aleja
cuando te acercas a mi cuerpo
mis brazos te cortejan
irredentos al apego
para volver a sentirte íntimamente cerca
para decirte sin palabras
lo mucho que te quiero