Octavo aniversario de la llegada del horror

Octavo aniversario de la llegada del horror a nuestras vidas: la ideología de género

La carta con la que comienza el horror de tantos padres, que como entonces yo, ajenos a la corriente Woke que se desliza sigilosamente entre nuestras hijas e hijos en el mundo digital, nos coge por sorpresa. Una subcultura que las atrapa lentamente justo en ese momento tan vulnerable de la preadolescencia, justo en ese momento donde sus cuerpos les resultan extraños por los cambios apresurados que impone la biología, justo cuando necesitan escuchar que existe una solución mágica. Es justo en ese preciso momento cuando aparecen los susurradores.
Tardé en comprender que no fue algo repentino, como se obstinaba la niña en justificar. Efectivamente, para mí fue repentino, a partir de la carta cuando ella  contaba los quince años, pero el camino recorrido hasta llegar a ese punto había sido largo, sigiloso, sistemático y planificado por los que gestionan y controlan a los susurradores de la cultura Queer: adeptos previamente capturados. Soldados, valedores y ejecutores que realizan su evangelización cual miembro de una secta  o pseudo religión. Sin escatimar técnicas de manipulación primero y de coerción después, a cualquier precio.
No tuve noticias del fenómeno de la Disforia de Género de Inicio Rápido hasta cinco años después del comienzo del horror. Cinco terribles años de incomprensión, desconcierto, angustia, enfrentamiento, impotencia, desolación pero sobre todo, de mucho miedo.
Miedo, al verificar como cada día la niña estaba más empoderada y rabiosa contra nuestra familia porque no contaba con nuestro apoyo incondicional para destrozar su salud, sin admitir cuestionamiento alguno, reflexión o búsqueda.
Miedo porque la sociedad y como supe enseguida también las leyes, apoyaban la decisión de una menor y cuestionaba a los padres prudentes, pudiendo llegar a retirar la patria potestad.

Un lustro de horror absoluto, durante el cual la familia fue casi aniquilada con graves consecuencias también para mi hija mayor. Todos fuimos víctimas de la ideología de género.

Pero el amor, el respeto y toda esa buena educación sembrada desde la cuna sostuvieron lo que de otra manera hubiera sido imposible de sostener.
El desgaste físico y emocional ha sido enorme para los cuatro miembros de la familia, pero aquí seguimos juntos en el mejor de los sentidos. La reconstrucción ha sido difícil, lenta, sutil y sistemática para ir contrarrestando el trabajo de deconstrucción que la ideología llevaba a cabo contra mi niña.
Hoy en el octavo aniversario de la entrega de aquella carta, a pesar de lo mucho que queda por remendar, seguimos en el camino de la reparación y quiero poner en valor los muchos  obstáculos superados.
Mi hija mayor, víctima secundaria, ha logrado aceptar que deberá convivir con la ansiedad, pero ya no la incapacita para desarrollar su vida. Ahora conoce sus limitaciones, puede aplicar herramientas y sabe que si necesita ayuda su familia al completo estará disponible. Su hermana, la primera.
Mi hija menor, la afectada directamente por la ideología, no ha desistido aunque a veces lo pareciera. Sus logros son importantes, sobre todo sus logros frente a los verdaderos problemas subyacentes que la llevaron a buscar solución en un lugar equivocado. Ahora está centrada en solucionarlos y vaya que lo está logrando.
La niña está presente e integrada en la familia y muestra afecto sincero. Nos cuenta sus cosas y pide consejo o ayuda para solucionar sus problemas, muestra interés y preocupación por los de la familia y colabora con agrado cuando es necesario.
Participa de los quehaceres doméstico, cuida el orden y la limpieza  de su cuarto y su higiene personal. Su aspecto ha mejorado muchísimo tanto en estética como en salud. Cuida su alimentación y pasa horas investigando y cocinando. Ya no tiene ese rechazo frontal a la carne y la consume en ocasiones especiales.
Hace uno seis meses decidió trabajar con una psicóloga de su elección. Aparentemente le va bien porque no ha empeorado, más al contrario parece mejorar y la vemos cómo lleva a cabo retos que antes parecían imposibles, como por ejemplo:
  • Ir al gimnasio, incluso en los últimos días se ha atrevido a ir sola sin su amiga. Es muy satisfactorio que nos cuente sus interacciones y sus emociones tras estos pequeños enfrentamientos personales.
  • Está comenzando a realizar gestiones de forma autónoma. Se siente muy contenta al comprobar que hay gente amable en este mundo y que la ayudan a resolver. Parece muy sorprendida cuando nos cuenta sus experiencias.
  • La hemos visto abrazar con cariño a familiares y amigos en los distintos encuentros, incluso a mí.
  • Acepta su nombre y sus pronombres con normalidad. Ella misma se presenta con su nombre verdadero en las interacciones familiares con terceras personas. Creo que el nombre inventado solo lo usan sus amigos.
  • Ha desaparecido la tristeza extrema y la veo casi feliz.
A la vista de lo anterior tengo motivos para ir serenándome, para bajar la guardia y empezar a descansar y  recuperar mi salud mental y física. Mi cuerpo ya lo sabe pero mi mente sigue inquieta. También tengo motivos para la esperanza, pero el miedo no se va.
Sigo y seguiré el resto de mi vida con la pena de saber que mi falta de información llevó a mi hija a las manos de una maldita psicóloga sectaria de la ideología de género, que en lugar de atajar sus verdaderos problemas emocionales que ella misma me enumeró, la empujara deprisa hacia la transición social, a destrozar su pecho con enorme sufrimiento y, si no hubiéramos reaccionado a tiempo, hacia la hormonación.
Una psicóloga malvada e interesada que nos mantuvo un pulso para lograr la hormonación de nuestra hija, incluso después de echarla de nuestras vidas, so pretexto de la mayoría de edad de la niña.

Rara vez hablamos de ella, pero cuando la hemos recordado he visto disgusto profundo en sus rostros por la forma en que las trató. La mayor no puede disimular el asco que le produce su recuerdo, la pequeña suele decir: «mamá esa señora me traumatizó».

Hoy sigo soñando con el día que mi hija pequeña acabe de quedar liberada de este horror que ha resultado ser la ideología trans, aunque siempre le quedarán secuelas. Ese día me gustaría mirar a la cara de la persona cruel que se empeñó en destrozar a mi familia de forma consciente y premeditada.