Siempre he sido una persona individualista, me abruman las muchedumbres y prefiero manejarme en círculos muy pequeños para no sentirme sobrepasada.
Jamás hubiera pensado que acudiría a una manifestación, o me sumaría a las voces de ninguna causa. Pero, cuando la Ideología de Género atrapó a mi pequeña, todo lo demás quedó en segundo plano.
Tenía que luchar, de cualquier forma a mi alcance, para evitar que mi niña desgarrara su cuerpo, de forma voluntariamente aceptada, para entregárselo a su «religión Queer», Tuve que sacar fuerza de flaqueza.
Un día me tropecé, en el entonces Twitter, con hilos de muchísimas madres que contaban historias asombrosamente parecidas a la que le había ocurrido a mi hija. Con reacciones similares por parte de los respectivos colegio y terapeutas de la psicología. ¡Parecían calcos!
Decidí unirme a la campaña cuyo hashtag era elocuente y desgarrador dirigido al Presidente del Gobierno, en un intento desesperado para detener la locura de Ley Trans: #RompeElGeneroNoSuCuerpo.
