27 de octubre de 2024
Mi querida hija;
A diario me pregunto qué pasa por tu mente cuando te veo sentada con la mirada baja apuntando a ninguna parte, cuando tu tristeza llega hasta mí como gotas de niebla para darme un abrazo de frío.
Me duele no poder calmarte estrechándote contra mí. Pero sé, aunque a veces se me olvide, que respetar ese espacio entre nuestros cuerpos es probablemente la única manera de no acabar expandiéndolo para siempre.
Trato de apartar el dolor de tus desplantes, aunque duelan como puñales de dos filos. Un filo me hiere como madre y el otro como hija, es ley de vida mi niña, porque tu rabia adolescente reaviva el recuerdo de la mía.
Aguardaré impaciente ese abrazo ahora imposible que nos salvará a las dos algún día.